martes, 23 de julio de 2013

Aprendiendo a volar sola

Retiro espiritual, tiempo de reflexión, segundos soñando el futuro, minutos a solas, horas que no pasan hasta que pasa algo, días para mirarme con lupa (por dentro y por fuera), una semana que pasa deprisa para empezar a ir más despacio.

Cuando te enfrentas a ti misma salen todos los miedos y mierdas que habías querido tapar tiempo atrás, por eso me gusta hacer limpieza interna. Estar sola me enseña que a veces dependo demasiado del resto de gente con la que vivo y de mis colegas, a nivel emocional siento que les necesito. No es que quiera estar sola por siempre, pero me gusta aprender a ser independiente. En estos días no valía tapar la soledad con internet ni tele ni teléfono, leer y escuchar música eran mis vías de escape en casa; la bici, la fotografía y la playa hacían el resto para que los posibles bajones se pasaran de una forma más dulce. Las noches resultaban más duras, me entraban ganas de llorar y no podía soltar casi ninguna lágrima. Quizás tuve suerte o quizás mis energías hicieron que el viernes saliera de mi aislamiento social, encontrando una cara amiga y conociendo a unos chavales. Empezar de cero en un sitio en el que no conoces a nadie es duro pero hay que echarle valor; así que yo, por si acaso, todas las noches cogía la bici y me daba una vuelta en busca de calor humano, al final lo encontré. Sobretodo echaba de menos esas risas locas que me echo con mi gente, y descargar esas ganas de reír, aunque sea con desconocidos, fue genial.


El cambio de estos días se refleja también en mi físico, tenía en mente ya desde hace meses raparme la cabeza, y el primer día de mi viaje en soledad decidí hacerlo, lo necesitaba, y hasta que no lo hice no me quedé a gusto. Ahora voy más fresquita y cómoda por el mundo. Ahora ya no siento que dependa de un bonito pelo para ser bonita, ahora soy yo y va a dar igual que tenga el pelo corto, largo o mitad de cada.


Hubo momentos tristes en los que sentía que el suelo se hundía bajo mis pies, pero hubo otros en los que me sentía tan plena que la muerte no me asustaba. Esos momentos se los debo al mar, al ruido de las olas, a la brisa, a la luna llena, al sol... Que mi parte animal conecte con la naturaleza me hace sentirme más viva que nunca y que la soledad no sea tal, ella siempre me acompaña.

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