jueves, 16 de febrero de 2012

Conectando con mi adolescencia

En estos días que paso rodeada de adolescentes en las prácticas que estoy haciendo como profe en un instituto, siento que vuelvo algo más de diez años atrás. No tengo demasiado tiempo para expresar todo lo que me pasa por dentro, estoy agobiada y ocupada preparando las clases.
Volviendo a mis emociones, estoy sintiendo que empatizo mucho con las chavalas y chavales del instituto, no puedo creer que yo haya pasado por esa misma etapa hace tanto. La verdad es que he conectado conmigo misma otra vez. Entre el ambiente del instituto y el tema de mis prácticas, el graffiti, siento que vuelvo a tener 15 años. Esto me hace tener una mezcla de sensaciones positivas y melancólicas a la vez.
Y la verdad, es que me identifico más con las y los estudiantes que con lxs profesorxs. No sé por qué será, si porque todavía me veo en mi rol de aprender y no enseñar o es porque nunca entenderé que el aprendizaje de la vida pueda caber entre los muros de una "cárcel". Porque creo que aprender y enseñar es un proceso demasiado importante como para ponerle los barrotes, no sólo físicos, sino formados por especialidades, competencias, unidades (anti)didácticas y tiempos marcados.
En el tiempo que esté con ellxs intentaré hacerlo lo mejor posible, pero no es fácil, las piedras de la mochila de cómo me han enseñado pesan demasiado, no quiero enseñar de la forma en que lo hicieron la mayoría de profesorxs conmigo. Aún así, siento que por muy bien que pueda hacerlo, hay un problema estructural en la escuela, se encierro y su obligatoriedad. Sólo puedo ser un vaso de agua en el desierto...

sábado, 4 de febrero de 2012

Por un momento olvidé que soy “mujer”...

pero ahí estabais vosotros para recordarme mi condición social como mujer, como objeto, como pieza de exposición. En esta vida no hay marcha atrás, a mi me criaron como niña (luego mujer), mis genitales definieron mi existencia y mi socialización. El color rosa, los vestidos, el decirte lo guapa y linda y dulce que eres, lo refinada que tienes que ser, lo que una señorita debe o no debe hacer. Desde pequeña me dejaron bien claro lo que era ser mujer y lo que no era, y lo que era ser un hombre y que éramos diferentes. Ser mujer implicaba belleza, dulzura, curvas, maquillaje, depilación, cera, pinzas, automutilación, dietas, culpa, sumisión, paciencia, cuidados, sacrificio, pareja, fidelidad, compostura, amabilidad, tacones, medias, sujetadores, tangas, fajas, compresas, tampones, cremas, geles, espumas, lacas, tintes, planchas, comprensión, afecto. También se encargaron de dejarme claro que una mujer si quería encajar en la sociedad y conseguir un hombre no debía ser fuerte, ni tirarse eructos, que no debía llevar el pelo demasiado corto, ni ser demasiado sincera, ni enfadarse, ni contestar, ni ser natural, ni desear (ni su propio cuerpo ni el de lxs demás), ni gritar, ni defenderse, ni exponer su opinión discordante con la del resto... Y así un largo etcétera que nos podría llevar toda la vida según las experiencias de cada una, que aunque diferentes se entremezclan y se cruzan en el camino del término mujer.

Yo intento pasar de estas historias, deseducarme de todos los prejuicios y valores absurdos que me han inculcado pero no es sencillo. La sociedad se encarga de recordarte quien eres y para lo que sirves, la familia también cumple un papel represor fundamental, son el primer verdugo de la libertad. Es en la familia donde aprendes tu rol como mujer, donde aprendes a sufrir (para luego ejercer) el chantaje emocional: “Si no haces esto o lo otro nos vas a hacer sentir mal” “Nos has decepcionado” “No querrás que nos distanciemos por esas tonterías tuyas...”. No caer en el chantaje emocional de la familia es duro, a veces supone incluso romper lazos con ellas/os. Esto no nos debe dar miedo, nuestras relaciones no pueden estar basadas en el chantaje, debemos construir nuestra propia red de apoyo social y de amistades. La familia es un núcleo relacional que no elegimos, entonces, si nos llevamos bien y estamos a gusto con ellas/os, perfecto; pero sino, no tenemos que estar alimentando relaciones dañinas y que no nos aportan nada.

Otro mito a derribar si te han socializado como mujer es el del príncipe azul. Aunque el mito se transforme y ya no sea un caballero andante que rescata a la princesa del castillo, sigue existiendo en sus nuevas versiones. Ahora hay varios tipos de príncipes azules que vemos en las películas para adolescentes, uno podría ser el chico malo, cachas, independiente y moderno, que en el fondo de su corazón es muy sensible y cariñoso; otro podría ser el chico majo y tímido que es un cielo. Pero nada más lejos de la realidad, cualquier tipo de príncipe azul es una farsa, por muy majo y guapo que sea, todos acaban por desteñir y se vuelven un asco. A parte, claro, de lo dañino que es pensar que una persona vaya a llenar el vacío que llevas sintiendo toda tu vida y que va a completarte, está la idea heterosexista que conlleva este tipo de idealizaciones amorosas. También hay que decir que aunque se extendiese el término de pareja ideal a otro tipo de relaciones, éstas no se vuelven mejores, el tipo de dependencia o relación pude ser distinta, pero el creer que alguien es tu media naranja acaba por no hacerte ver que cada persona es una naranja entera y que si te olvidas de la mitad de tu persona para estar con otra, algo falla.

La imagen exterior que debemos dar las mujeres es algo de lo que no es fácil escapar en la sociedad del plástico. No es sólo que vivamos rodeadas de plástico en las casa y en las calles, es que ahora las personas también deben ser de plástico, en principio el acento para las campañas publicitarias de moda, perfumes y cremas se centraban en las mujeres, y de más reciente incorporación tenemos a los hombres objetos. Aunque esto sea así voy a dejar de lado el tema masculino y centrarme en la objetualización de la mujer. Porque, si bien es cierto que en esta época que vivimos se objetualiza a la mujer de una forma brutal, no por ello podemos olvidar que lleva siglos siendo así. Antes de la publicidad, de la televisión, antes de la fotografía existió la pintura y la escultura, imágenes que mostraban cánones de belleza. Algunos pueden hasta hacer gracia a alguien ya que son distintos estereotipos a los actuales, pero que sean diferentes no quiere decir que fueran buenos. De igual modo imponían cómo debía ser una mujer, qué era ser mujer y qué ocupaciones debía tener. Es curioso recorrer la historia del arte y encontrar que hay cosas que no cambian por muchos años que pasen, la mujer como objeto de deseo y de exposición, algo bonito que contemplar. Hemos cambiado los corsés por implantes de silicona, pero los pechos siguen siendo vistos como objetos de deseo masculino; hemos cambiado los polvos de arroz (para ser más blancas) por los rayos uva, pero siguen diciéndonos de qué color debe ser nuestra piel; hemos cambiado las faldas largas por unas minifaldas, pero lo que se oculta es siempre el objeto de las miradas lascivas de otros: hemos cambiado la casa por trabajo asalariado (en muchos casos más los trabajos de la casa), pero seguimos siendo explotadas

Si la sociedad te considera una mujer, te presionarán para que actúes como tal. Ya no se estila tanto el matrimonio obligado, pero vivir con una sola persona con intención de que sea para siempre ( o mucho tiempo) y formar una familia no se diferencia mucho. La gente, cuando llegas a cierta edad, te pregunta si te casarás o, si son más modernas/os, cuando te vas a echar un novio (y no digo novia, porque eso raras veces lo preguntan), cuándo vas a tener hijas/os... Cuando las respuestas son no me voy a casar, ni tengo novio (ni novia), comparto mi vida con varias personas entre ellas con mi compañera/o y no pienso tener hijas/os; entonces empieza la hecatombe. Lo del matrimonio, como ya he dicho antes, pude que lo pasen por alto, pero que no quieras tener tu propia familia, eso les fastidia. Y no entiendo ese empeño en querer dirigir la vida de las/os otras/os. Mucha gente con la que me cruzo en mi vida están obsesionadas/os con el tema de que hay que reproducirse y tener hijas/os, que es la experiencia más bonita para una mujer, que te llena, que te completa, que si no pasas por eso nunca vas a sentir nada tan maravilloso, que las/os hijas/os son lo mejor que te puede pasar... Palabras huecas en mis oídos que sólo hacían daño, pero que ahora me enfadan y mucho. No sé por qué tengo/tenemos que pasarnos la vida dando explicaciones de por qué no queremos ser como las demás y seguir la norma, que no entendemos que haya que formar una familia (por lo menos no al modo en que ellas/os lo entienden), que no quiero/queremos casarnos ni tener hijas/os. Que la excusa del miedo a la soledad no nos sirve para juntarnos con la/el primera/o que se nos pasa por delante con promesas de amor infinito, ni tampoco nos sirve para querer tener hijas/os que nos cuidarán cuando seamos mayores (o nos meterán en una residencia). Para las críticas más absurdas que he oído cuando he dicho que nunca he querido tener hijas/os, como: “Todas acaban queriéndose casar y tener hijos, incluso las más hippies” “No sabes lo que te pierdes, es una parte muy importante en la vida de una mujer” “Ya cambiarás de opinión, todavía eres muy joven” (esto me lo decían cuando tenía 20, pero ahora con casi 28 se empeñan en seguir diciéndomelo, no sé si esperan a que tenga la menopausia para creerme) “Eres una egoísta, sólo piensas en ti”; para ellas/os sólo tengo una respuesta: